Viernes, mayo 30 – Hechos 2, 3 – Lectura adicional, Hechos de los Apóstoles, capítulos 4 y 6

Preguntas de estudio:

1. ¿Qué lecciones a nivel individual y como iglesia aprendimos de los discípulos en el aposento alto?

2. ¿Cómo se restaura la unidad perdida en Babel aquí en Pentecostés? (Génesis 11 y Hechos 2:11)

3. ¿Si el Espíritu Santo transformó a Pedro en un poderoso orador, qué puede hacer con nosotros a pesar de nuestras limitaciones?

4. ¿Cómo podemos emular el espíritu de hermandad y desprendimiento de aquellos primeros creyentes?

5. ¿Qué aprendimos del paralítico sanado en la puerta del Templo?

Comentario y reflexión:

Lucas inicia Hechos 2 describiendo, no simplemente los hechos de los apóstoles, sino como se ha dicho correctamente, los hechos del Espíritu Santo a través de los apóstoles y la iglesia.

Conforme a la profecía de Joel y los demás profetas, cincuenta días después de la Pascua y la muerte de Jesús, el Cordero Pascual, se cumplió el derramamiento del Espíritu Santo, la lluvia temprana.

Lo que nos llama positivamente la atención es la actitud que asumieron los discípulos después de despedirse de Jesús: “estaban todos unánimes juntos”. A veces podemos estar juntos, pero no unánimes. Si no hubiesen estado así, el Espíritu no habría descendido sobre ellos con poder.

“Cuando Cristo entró por los portales celestiales, fue entronizado en medio de la adoración de los ángeles. Tan pronto como esta ceremonia hubo terminado, el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos en abundantes raudales, y Cristo fue de veras glorificado con la misma gloria que había tenido con el Padre, desde toda la eternidad.” (HAp 31)

Muchos judíos de la diáspora habían venido a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua y el Pentecostés. Podemos contar unas quince nacionalidades a partir de los versos 9–11. El milagro del don de lenguas se llevó a cabo, y todos en sus propias lenguas podían entender las palabras de los apóstoles. Cuando los judíos los escuchaban hablar en otros idiomas, se burlaban y los acusaban de estar ebrios. Entonces Pedro tomó la palabra y pronunció su primer gran discurso. El Espíritu Santo transformó a Pedro en un poderoso y excelente orador. Su argumentación fue una que no podía ser rebatida porque estaba basada en las profecías de los profetas del Antiguo Testamento.

En los versos del 36–42 observamos los primeros frutos del testimonio de Pedro y los demás apóstoles. Cuando los presentes les preguntaron qué debían hacer, Pedro les hizo un llamado directo para que se arrepintieran y se bautizaran para que recibieran el perdón de sus pecados y el don del Espíritu Santo.

El resultado fue una preciosa cosecha de 3,000 personas. La ola de portentos no se detuvo, y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. La consagración de los creyentes y su fervor iba en aumento. El Espíritu Santo continuó bendiciéndolos “y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.” (v. 47)

Sin pausa, Lucas continúa narrándonos en este capítulo 3 cómo el Espíritu Santo obra a través de Pedro y Juan. Todavía con gozo y fuego en sus corazones, estos apóstoles se dirigieron al templo a la hora de la oración (3 p.m.), para orar.

La Sra. White nos ayuda a ver que Dios no improvisa. Cuando Él desea alcanzar un alma, provee los medios necesarios para hacerlo:

“Poco tiempo después del descenso del Espíritu Santo, e inmediatamente después de una temporada de fervorosa oración, Pedro y Juan subieron al templo para adorar, y vieron en la puerta la Hermosa un cojo de cuarenta años de edad, que desde su nacimiento había estado afligido por el dolor y la enfermedad…” (HAp 47)

Nos imaginamos que sus esperanzas se hicieron añicos. Esto llevó a algunas personas piadosas a ayudarlo, y regularmente lo llevaban a la puerta del templo para recibir limosnas. Al llegar Pedro y Juan, los discípulos lo miraron compasivamente, y Pedro le dijo: “Mira a nosotros.” Entonces él estuvo atento a ellos, esperando recibir de ellos algo. Y Pedro dijo: “Ni tengo plata ni oro.”

“Al manifestar así Pedro su pobreza, decayó el semblante del cojo; pero se iluminó de esperanza cuando el apóstol prosiguió diciendo: “Mas lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.”

Cuando los presentes vieron este gran milagro, se asombraban de que los discípulos pudiesen obrar milagros análogos a los que había obrado Jesús. ¡Me hubiese gustado estar allí! Al ver el asombro de la gente, Pedro con humildad les dijo que no se fijaran en ellos como si fueran poseedores de un poder sobrenatural. Así pronunció su segundo discurso donde remitió toda la gloria y el poder a Jesús que había obrado la sanidad del ex paralítico. Como en el primer discurso, el apóstol recalcó que lo que había sucedido, tanto en Pentecostés como aquí, era el cumplimiento de las profecías del A.T. Nuevamente los llamó a aceptar a Jesús como el Mesías y que se arrepintieran de sus pecados.

Bendiciones para todos y que tengan un día muy feliz.

Profesor Javier Diaz

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