Viernes, agosto 22 – Apocalipsis 21, 22

1. ¿Qué promesa se hace a los redimidos sobre el sufrimiento y la muerte? Apocalipsis 21:4

2. ¿Cómo describe Juan el acceso a la ciudad santa y quiénes quedarán fuera? Apocalipsis 21:27

3. ¿Qué bendición se promete a los que guardan los mandamientos de Dios? Apocalipsis 22:14

Un saludo cordial para nuestros amados hermanos, fieles participantes de este Plan de Lectura de la Biblia. Arribamos al final de nuestro recorrido dando gracias, en primer lugar, a nuestro Dios por habernos dejado esta lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino.

La revelación de Jesucristo (Apocalipsis) cierra con una nota gloriosa donde nos introduce a ese Edén restaurado que por milenios hemos esperado.

El descenso de la Nueva Jerusalén es el último evento profético del Apocalipsis. No podemos ni imaginar el enorme privilegio de vivir en la presencia de Dios para siempre. La reflexión de Elena G. de White sobre Apocalipsis 21:3 es impactante:

“Nuestro pequeño mundo, que es bajo la maldición del pecado la única mancha obscura de su gloriosa creación, será honrado por encima de todos los demás mundos en el universo de Dios. Aquí, donde el Hijo de Dios habitó en forma humana; donde el Rey de gloria vivió, sufrió y murió; aquí, cuando renueve todas las cosas, estará el tabernáculo de Dios con los hombres, ‘morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos’. Y a través de las edades sin fin, mientras los redimidos anden en la luz del Señor, le alabarán por su Don inefable: Emmanuel; ‘Dios con nosotros.’” (DTG, p. 18)

Este será el mayor consuelo: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.”

En Ministerio de Curación, p. 404, se nos da un atisbo de cómo será vivir en un mundo donde la muerte no existirá jamás: “Toda la naturaleza, en su incomparable belleza, ofrecerá a Dios tributo de alabanza y adoración. El mundo quedará bañado en luz celestial… Dios y Cristo declararán a una voz que ‘ya no habrá más pecado, ya no habrá más muerte.’”

La presencia de Dios será real. Dios y el Cordero son el templo de la ciudad (Apoc. 21:22).

Alguien dijo muy acertadamente: “El Apocalipsis es el cumplimiento de todas nuestras esperanzas, la respuesta a todos los anhelos del mundo, la saciedad de todos los sedientos, el descenso de la Ciudad de Dios.”

La luz que emana de Dios es muy superior a la del sol, el nuestro o cualquier otro sol en el universo (Apoc. 21:22–24). La ciudad se yergue como un templo dorado, con murallas de cristales que reflejan la luz en una colección de ricos tonos y colores. Como nos dice el Dr. J. Doukhan: “Cada piedra contribuye a un aspecto de la ciudad, lo que insinúa que no hay ninguna competencia o favoritismo”. La paz y la confianza ahora caracterizan todas las relaciones humanas.

Las dimensiones inmensas de 1,500 millas en cada dirección son impresionantes. Por eso, eruditos responsables nos advierten a no adoptar un literalismo dogmático. 1,500 millas de alto sobrepasarían la estratósfera. El propósito de Juan es contrastar la Nueva Jerusalén con Babilonia y Roma.

El profeta Ezequiel ya daba un anticipo de esa tierra hermosa: “Y junto al río, en la ribera, a uno y a otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina” (Ezequiel 47:12).

En la Nueva Jerusalén, Dios “sanará” a las naciones en el sentido de que Él las iluminará y las cuidará. Los seres humanos existen en la medida en que están en una relación con Dios. La dimensión religiosa no se limita al ámbito de las necesidades espirituales; es también una necesidad biológica. Cada ser humano es biológicamente dependiente de Dios. Cuando el hombre se aísla de Dios, muere.

En los versos 16 y 17 encontramos una invitación. La invitación no podría ser más hermosa: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.”

Después de haber emprendido y terminado este largo recorrido a través de la Biblia, damos gracias a Dios por toda la luz recibida. Todavía hay mucho que extraer de esa mina inagotable que es la Palabra de Dios. Vayamos con la seguridad con la que Jesús concluye su Revelación:

“Ciertamente vengo en breve.” Respondamos con Juan: “Amén. Sí, ven, Señor Jesús. Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén.”