


Viernes, junio 21 – Salmos 6, 8
1. ¿Cómo expresa David la seguridad de una buena respuesta de parte de Dios? Salmos 6:9
2. En el Salmo 8, ¿qué es lo primero que exalta David de su Dios? Salmos 8:1
3. ¿Cómo aplicó Jesús las palabras de Salmo 8:2? Mateo 21:16
4. ¿Cómo presenta David al hombre en relación con todo el resto de la creación? Salmos 8:5-8 (Ver Génesis 1:26)
El salmo 6, aunque tiene semejanzas con el salmo 5, difiere del primero en que aquí se añade el arrepentimiento. Por eso este poema o canción pertenece a un grupo de Salmos penitenciales, siete en total (6, 32,38,51, 102, 130 y 143).
David derrama su alma en súplica por momentos de angustia. Él pide misericordia a Dios porque está enfermo, sin embargo, él está más preocupado por su enfermedad emocional y espiritual que por la física. Aprendemos de su experiencia a tener la confianza plena de acercarnos a Dios a presentarle nuestras angustias, cualquiera sea su naturaleza.
El salmista utiliza varias veces la palabra hebrea para alma, “nephesh”, que se refiere a todo el ser. Su significado es más amplio en el idioma original que en nuestros idiomas modernos. “Nephesh” significa alma, vida, deseo, voluntad, sentimientos, anhelo.
El apóstol Pablo se refiere a ésta como “espíritu, alma y cuerpo”, el ser completo. La Biblia no establece una dicotomía o distinción entre estos términos. El ser humano es una unidad indivisible, no como enseñan los griegos, hindúes y budistas. Una prueba de esto lo vemos en los versos 4, 5, “Vuélvete Jehová, libra mi alma (ser); sálvame por tu misericordia. Porque en la muerte no hay memoria de ti. En el Seol, ¿quién te alabará?” Si el alma existiera después de la muerte, independiente del cuerpo podría alabar, o en el caso del impío, maldecir a Dios.
El salmo 8 ha sido uno de los más inspiradores para mí. Aquí se exalta la gloria de Dios y la honra y dignidad del hombre.
La introducción del cantor es muy significativa ya que exalta el nombre del Soberano Dios del Universo. En el lenguaje de la Biblia, el “Nombre” es mucho más que el vocablo que se emplea para llamar o designar a una persona; es más bien la persona misma que se hace presente y se revela dando su nombre. Por eso, pedirle a alguien que diga su nombre es pedirle que dé a conocer su naturaleza y su identidad. Recordamos el encuentro de Dios con Moisés en el Monte Sinaí. Cuando el caudillo le preguntó con qué nombre se presentaría a los hijos de Israel en Egipto, directamente le dijo, diles “YO SOY” me ha mandado (el Eterno, Yahveh). Ese Inmenso nombre representa su carácter infinito, amoroso y misericordioso.
Desde el año 1969 el Salmo 8 me ha cautivado por su belleza y poder. Tenía a la sazón 20 años cuando miraba en una televisión en blanco y negro la figura del primer astronauta norteamericano Neil Amstrong cuando al alunizar lo primero que hizo fue sacar, de su abultado traje espacial una nota con el Salmo 8:3, 4, “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste. Digo, ¿qué es el hombre, para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo visites?”
¡Cuán diferente la actitud de este científico, creyente en el Dios Creador de los cielos y la tierra! Hay una gran diferencia entre creer y no creer en Dios. Quien cree en Dios como la causa y razón de todo lo que existe, coloca al hombre en su justa perspectiva, donde Dios lo colocó. El incrédulo pretende jugar a Dios.
David está rememorando aquel momento de la creación del hombre como la obra maestra de su Creador. Lo dignificó y honró para que fuera su mayordomo en este planeta.
Cuando nuestra fe vacile por alguna circunstancia, aferrémonos a las palabras de este salmo que exalta el poder y la grandeza de nuestro Dios.