


Lunes, 2 de septiembre – Salmos 116, 117
1. Reflexiona sobre un momento en que tu alma encontró descanso en el amor y la presencia de Dios. (Salmo 116:7)
2. ¿Cómo respondes a las curvas de la vida? (Salmo 116:8-9)
Comentario y reflexión:
¡Qué día! Fue un día lleno de personas, conversaciones, risas, preguntas y milagros; un toque limpió a un leproso, el siervo paralítico de un centurión recuperó la movilidad desde el momento en que el centurión fue enviado a casa, y la suegra de un discípulo con fiebre fue sanada, por nombrar algunos. Deseando alejarse un poco de la multitud a su alrededor, Jesús ordenó a sus discípulos que fueran al otro lado. Una vez en la barca, de repente, comenzó una gran tormenta, y los discípulos tuvieron miedo. Sin embargo, Jesús dormía. “Él les dijo: ‘¿Por qué teméis, hombres de poca fe?’ Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ‘¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?’” (Mateo 8:26-27, RV95)
Al igual que los discípulos y yo, sospecho que también has tenido días que van bien, pero que las cosas pueden cambiar de repente. Se te pincha una llanta, olvidas el almuerzo de tus hijos, no envías un correo electrónico, no fichas la salida, no te pones desodorante, olvidas orar; aun situaciones más drásticas, te diagnostican una enfermedad terminal, un ser querido ha fallecido, tu hijo necesitará un trasplante de riñón, o te dicen, “no hay nada más que podamos hacer.” Podemos tener miedo, estamos enojados y frustrados. Nuestro mundo se ha puesto patas arriba, y a veces podemos perder la fe. Todos estos sentimientos son parte de nuestra humanidad. Mateo nos recuerda que hay uno que comprende y sabe qué hacer. Esta es la experiencia del salmista que narra en los Salmos 116 y 117. Los teólogos resumen el Salmo 116 en una expresión, “Acción de Gracias,” y el Salmo 117 como la respuesta orgánica a la intervención de Dios, “Alabanza.” Sin embargo, antes de llegar a la acción de gracias y la alabanza, primero debemos reconocer nuestra necesidad de ayuda y de la intervención divina.
Admitir que necesitamos ayuda no es fácil, especialmente cuando lo que está sucediendo no es nuestra culpa. Desafortunadamente, la vida nos lanza curvas; muchas veces es injusta. Hay aspectos de la vida sobre los que no tenemos control. La fe es desafiada y se sacudida en estos momentos, y la duda se cuela. Sentimientos y emociones que Jesús comprende por experiencia personal; ¿recuerdas el jardín de Getsemaní? Pero déjame recordarte que Jesús también sabe por experiencia personal cómo calmar el viento y las olas. Déjame recordarte que no estás solo y que el Creador del universo, tu Creador, está a tu lado en los momentos más oscuros de tu vida. No estás solo; Dios está contigo.
El salmista comienza el capítulo 116 reconociendo su necesidad y clamando al Señor. Aquí tenemos a alguien que sabía a quién debía acudir en busca de ayuda, como lo hicieron los discípulos cuando buscaron la ayuda de Jesús. El salmista escribe: “Me rodearon ligaduras de muerte, me encontraron las angustias del Seol; angustia y dolor había yo hallado. Entonces invoqué el nombre de Jehová, diciendo: ‘¡Oh Jehová, libra ahora mi alma!’” (versículos 3-4). Reconocimiento y entrega son las claves para la acción de gracias y la alabanza. Esta es la experiencia del salmista; él quiere que sea la tuya y la mía. Él quiere que nuestras almas encuentren descanso en medio de la tormenta, refugio del viento y cobertura del rayo. Cuando encontremos descanso y nos sintamos protegidos y seguros, nuestra respuesta será agradecimiento y gratitud. Entonces, estaremos comprometidos y seremos intencionales en nuestra adoración al único que nos ha liberado. Comprometidos a dar testimonio: “Porque ha engrandecido sobre nosotros su misericordia, y la fidelidad de Jehová es para siempre. ¡Aleluya!” (Salmo 117:2, RV95).
Si hoy te encuentras en la tormenta, en este momento encuentra descanso sabiendo que eres escuchado, que no estarás solo, y que la ayuda viene. Que tu corazón esté agradecido y que tus labios alaben el nombre de Dios.