


Viernes, enero 17 – Jeremías 8, 9
1. ¿Cómo compara Jehová el discernimiento de su pueblo con las aves? Jeremías 8:7
2. ¿Cómo expresa el profeta el dolor de Jehová por su pueblo? Jeremías 8:18-22
3. ¿Cuál sería la causa del exilio? Jeremías 9:12-14
Continuamos escudriñando el libro de uno de los más destacados profetas mayores del Antiguo Testamento. Al estudiar estos primeros capítulos de Jeremías, podemos entender el porqué al profeta lo han llamado “el profeta llorón”. No era porque fuera alguien muy sentimental, sino porque amaba mucho a su pueblo, y sufría por la condición espiritual de la nación que acarrearía un tsunami de problemas.
Los capítulos 8 y 9 nos presentan la segunda y la tercera acusación de Dios contra Judá por su contumaz apostasía.
Como hemos visto en los primeros 7 capítulos, la situación espiritual de Judá en ese tiempo era deplorable. Lo único que podían cosechar eran las terribles consecuencias de sus pecados. El gozo y la paz quedarían ausentes de Jerusalén para ser sustituidas por la desolación y la muerte. Para colmo, la actitud de los sobrevivientes era de indiferencia y falta de arrepentimiento. Después de señalar en 34:7 que Jerusalén sería desolada, el profeta continúa diciendo que “sacarán los huesos de los reyes de Judá y de sus príncipes, sacerdotes, profetas y de los moradores de Jerusalén, de sus sepulcros…”
Lo que sigue es una expresión de ironía que denuncia la insensatez de los adoradores de los astros y cuerpos celestes. Ni el sol, ni la luna o las estrellas que adoraban podrían impedir que los huesos, comenzando con sus reyes y líderes del pueblo, fueran profanados.
En su acusación, por su obstinada falta de arrepentimiento, Judá sería llevada al cautiverio. En el verso 7 el profeta establece un agudo contraste con las aves, que por sus instintos migratorios saben trasladarse a su destino, pero su pueblo no conocía el juicio venidero de parte de Jehová. Una persona con sentido común, cuando cae se levanta y el que se desvía corrige su rumbo. Israel, por el contrario, sigue adelante como el caballo hacia un seguro desastre.
El mismo Dios se pregunta por qué su pueblo es tan terco. La denuncia a los sacerdotes y a los profetas es directa: pretenden tener el conocimiento de la ley de Dios, sin embargo, este es sólo un conocimiento intelectual que no surte ningún efecto para transformar sus conductas desviadas. Para nosotros, los que administramos la palabra, debemos evitar caer en el mismo error de aquellos líderes religiosos en Israel y Judá.
Jeremías nos dejó esas conocidas palabras del verso 20 para recordarnos que no debemos postergar nuestra preparación espiritual, ya que esto acarreará la lamentable consecuencia de la perdición: “Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos”.
Para manifestar su quebrantamiento y espanto ante la condición de su pueblo, el Señor se pregunta, “¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico? ¿Por qué no hubo medicina para la hija de mi pueblo?” La región de Galaad producía un bálsamo medicinal. Sin embargo, la enfermedad espiritual de Israel aparentemente era incurable. No era suficiente con aplicarse el bálsamo físico; necesitaban el colirio celestial que curara su ceguera.
Jeremías 9 continúa con la tercera acusación o denuncia contra el pueblo: eran faltos de fe y tergiversaban la verdad. Otra vez, el resultado sería la dispersión y el exterminio. Ante esto, Jeremías expresa su lamento de manera poética: “¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche por los muertos de la hija de mi pueblo!”
Si, como dice Santiago en su epístola, con violar un solo mandamiento del Decálogo los violamos todos, los judíos pareaban cada mandamiento con un pecado en particular. Para colmo, sus consciencias estaban encallecidas y no tenían la capacidad para arrepentirse.
Los versículos del 10 en adelante nos describen la triste desolación de la tierra y las ciudades, y el eventual exilio de los habitantes. Ante esta gran devastación y castigo, el Señor les dice que empleen lamentadoras o plañideras profesionales para llorar por la suerte de Israel.
La conclusión del mensaje de Dios no podría ser más elocuente. Se ofrece una última apelación: “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar; en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero dice Jehová”.
El anhelo del Señor es que Israel circuncide su corazón, y no solo su carne. La aplicación para nosotros es la misma; no es suficiente cumplir con nuestros ritos, tradiciones y costumbres. Ojalá y estas sean el fruto de la transformación interna. Que cada uno aplique los mensajes de Dios a través de Jeremías. ¡Que así nos ayude Dios!
Bendiciones para todos.