


Sábado, febrero 1 – Jeremías 38, 39
1. ¿Cuán alto fue el precio que tuvo que pagar el profeta Jeremías por cumplir con su ministerio profético? Jeremías 38:4-6
2. ¿Quién vino al rescate del siervo de Dios y cuál era su origen étnico? Jeremías 38:7-9
3. ¿Qué tragedias cosechó Sedequías por no seguir las instrucciones al pie de la letra del Señor? Jeremías 39:5-7
4. ¿Cómo recompensó Dios la fidelidad del siervo Ebed-Melec? Jeremías 39:15-18
Comentario y reflexión:
Los capítulos 38 y 39 de Jeremías continúan describiendo la lamentable condición espiritual del reino de Judá. Es incomprensible la testarudez de los líderes de la nación, comenzando con el rey, sus príncipes y sacerdotes de rechazar constantemente las advertencias y amonestaciones de Dios a través de sus profetas. Y sus corazones permanecían endurecidos como pedernales.
El profeta Jeremías se levanta como un paladín espiritual y con lágrimas en sus ojos apela una y otra vez a los judíos para que atendieran a la voz del Señor, y estos seudo líderes le pagaban con desprecio, torturas y amenazas de muerte. Desde una cisterna cenagosa el siervo de Dios continuaba apelando a sus corazones, pero ellos se endurecían más. Finalmente, la sentencia se cumplió, y Judá fue llevada cautiva a Babilonia por 70 años.
El rey Sedequías tuvo la distinción de ser el último rey de Judá, antes de la invasión y deportación del pueblo a Babilonia. Con él se cumplió la conocida expresión: “lo que pudo haber sido y no fue”. Comentando acerca de él la Sra. White dice lo siguiente:
“Al comienzo de su reinado, Sedequías tenía toda la confianza del rey de Babilonia, y al profeta Jeremías como probado consejero. Si hubiese seguido una conducta honorable para con los babilonios, y hubiese prestado atención a los mensajes que el Señor le daba por medio de Jeremías, habría conservado el respeto de muchos de los encumbrados, y habría tenido oportunidad de comunicarles un conocimiento del verdadero Dios. En esta forma, los cautivos ya desterrados a Babilonia se habrían visto en terreno ventajoso; se les habrían concedido muchas libertades; el nombre de Dios habría sido honrado cerca y lejos; y a los que permanecían en la tierra de Judá se les habrían perdonado las terribles calamidades que finalmente les acontecieron”. (PR 324)
Satanás estaba ocupado para que los líderes y el pueblo no prestaran atención a las amonestaciones de Dios dadas a través de Jeremías. Se levantaban falsos profetas para desacreditar los mensajes de Jeremías. El rey Sedequías era una persona pusilánime y cobarde que le tenía miedo a los príncipes corruptos que lo chantajeaban y amenazaban si hacía caso a las palabras del profeta. (vv.1-6)
Todos rechazaban la directriz del Señor de que debían someterse a los babilonios para que el castigo del cautiverio fuera minimizado. Aunque la recomendación de los príncipes al rey de que matara a Jeremías, no se cumplió expeditamente, la decisión de estos hombres malvados de lanzar al profeta a una mazmorra húmeda para que muriera lentamente, era más cruel que si lo hubieran matado en el acto.
Es aquí donde aparece un hombre valiente para interceder por el siervo de Dios. Lo irónico es que Ebed-Melec, esclavo o siervo en la casa real, era de origen etíope (africano); un gentil considerado por los judíos como un inferior o de segunda clase, era un hombre temeroso de Dios. Este tomó valor y se acercó al rey para interceder por Jeremías. Dios lo dirigió para cuidar del profeta.
Inmediatamente el rey instruyó a Ebed-Melec para que fuera con un grupo de hombres para sacar al profeta de la mazmorra. Impresiona la actitud piadosa y tierna del etíope que buscó ropa vieja para que Jeremías se la colocara bajo los sobacos y la soga no lo lesionara al levantarlo.
Al ser liberado de la cisterna, el rey lo mandó a llamar para preguntarle qué palabra tenía el Señor para él. Después de prometerle que preservaría su vida, Jeremías le repitió las mismas palabras que ya había dicho al pueblo en el templo: “Si te entregas en seguida a los príncipes del rey de Babilonia, tu alma vivirá, y esta ciudad no será puesta a fuego, y vivirás tú y tu casa.”
Jeremías quedó en el patio de la cárcel hasta la caída de Jerusalén. La suerte del rey Sedequías fue muy triste por su falta de valor y verticalidad para mantener los principios de Dios.
¡Cuán marcado fue el contraste entre la suerte de Sedequías y la del profeta Jeremías. El Señor cuidó de su siervo fiel. Después de ser liberado de la cárcel por los oficiales babilónicos, Jeremías decidió quedarse con los pobres de la tierra, viñadores y agricultores que Nabucodonosor dejó en Judea.
Pidamos a Dios nos de ese espíritu de fidelidad, compasión e integridad que tuvieron Jeremías y Ebed-Melec.
Bendiciones para todos.