


Viernes, junio 27 – 2 Corintios 4, 5
1. ¿Cómo nos identificamos con Pablo en su ministerio?
2. ¿Qué actitudes debemos emular del apóstol?
3. ¿Cómo podemos contribuir con el ministerio de la reconciliación?
El apóstol Pablo como siempre, consistente y consecuente, con humildad y seguridad defiende el ministerio cristiano, tanto el suyo como el de otros creyentes. El suyo es un ministerio íntegro y honrado, probado, confiado, dedicado y de reconciliación. Aquí él desea exhortar y apelar a los Corintios para que sean un ejemplo en su comunidad por medio de su comportamiento.
El capítulo 4 continúa la misma línea de pensamiento que Pablo viene elaborando en cuanto a la obra del Espíritu Santo en la vida del apóstol y de todos los creyentes. Interesantemente, Pablo llama al Espíritu Santo como el Señor, “kurious”. Este es el mismo título que se le atribuye al Padre y al Hijo. El Espíritu nos va transformando de gloria en gloria para que reflejemos la gloria de nuestro Dios.
En los versículos 1 – 6, Pablo afirma que, como ministro del Evangelio, no se desanima porque está seguro que Dios, en su misericordia, le ha encargado el trabajo de predicar.
En los versos 3 y 4 afirma que, si el evangelio que predica está velado para algunas personas, es sólo para los que se pierden. Es el diablo el que ciega su entendimiento para que no reciban la luz del evangelio de Cristo. El apóstol nos deja un ejemplo a seguir cuando dice que él y los demás apóstoles no se predican a sí mismos sino a Jesucristo como Señor. El versículo 6 es poderoso para llenarnos de ánimo como testigos del evangelio. Pablo se remonta al momento de la creación cuando Dios dijo: “sea la luz, y fue la luz”, para entonces aplicarlo a nosotros diciéndonos que ese mismo poder que mandó que la luz brotara de la oscuridad, brota en nuestros corazones para que la reflejemos hacia otros que no conocen a Jesús por experiencia. Esa promesa está ahí para que por la fe la reclamemos al Señor.
En los versículos 7-18, Pablo reconoce que nosotros, como portadores del evangelio, somos como vasos de barro. Este reconocimiento nos protege de pensar que haya alguna grandeza intrínseca en nosotros. Toda la honra y toda la gloria debe remitirse a Dios.
Así como Jesús llamó a sencillos pescadores junto al mar de Galilea a su servicio, sigue llamando a los hombres a su servicio. Como afirma E.G.W. en el DTG: “Por imperfectos y pecaminosos que seamos, el Señor nos ofrece asociarnos consigo, para que seamos aprendices de Cristo”. (DTG 264)
El trabajo no será fácil, pero nuestro sostén está en el Todopoderoso. “Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos”. Todo esto lo podemos llamar, el precio del discipulado. Qué bueno es saber que, aunque por fuera nos vamos deteriorando, por dentro nos renovamos día a día.
Lo que sufrimos aquí es algo pasajero comparado con lo que nos espera; ese excelente y eterno peso de gloria. El capítulo concluye invitándonos a no mirar las cosas que se ven, sino las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales y las que no se ven son eternas.
En el capítulo 5:1-9 dice que podemos apropiarnos de la confianza en las promesas de Dios. Este pasaje ha llevado a muchos cristianos a interpretarlo como una muestra de que cuando el creyente en Cristo muere, inmediatamente va a morar espiritual e incorpóreamente con el Señor en el cielo. Dicha conclusión no tiene fundamento bíblico. Pablo compara nuestro cuerpo mortal como un tabernáculo, carpa móvil que sirve como residencia temporal hasta la muerte. Su confianza y seguridad descansa en el hecho de que, aunque nuestro cuerpo muera, el cielo nos promete que Dios tiene reservada una morada permanente.
Mientras estamos aquí gemimos por ser revestidos de esa habitación inmortal que recibiremos cuando seamos resucitados. Ya en 1 Corintios 15:51-55 corrobora que ese nuevo cuerpo inmortal se recibe en la resurrección.
Cuando Pablo dice: “los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida”, expresa su deseo de no ver la muerte, sino que su cuerpo sea transformado en inmortal cuando Cristo venga por segunda vez. Su mayor deseo es verlo venir en gloria vivo.
¿Para qué se necesita resurrección, si al morir el hijo de Dios va a morar inmediatamente con el Señor?
Es falso el milenario engaño de que tenemos un alma independiente del cuerpo, que se libera al momento de la muerte. El hombre no tiene un alma. Como dice Génesis 2:7, el hombre llega a ser un alma o ser viviente.
Gocémonos en saber “que el amor de Cristo nos constriñe o se ha apoderado de nosotros, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron”. (v.14) Este era el móvil de la vida de Pablo y debe ser el nuestro también.
El conocido verso 17 es una obra de Dios de principio a fin: “De modo que si alguno está en Cristo, es una nueva creación (criatura), las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
Que tengan un día bendecido.
Profesor Javier Diaz