


Viernes, agosto 23 – Salmos 109, 110
1. ¿Puedo orar oraciones imprecatorias? Salmos 109:20-22
2. ¿Qué son oraciones imprecatorias?
3. ¿Pronunciaron Jesús y los escritores del Nuevo Testamento estas oraciones? Mateo 23:13-21
Comentario y reflexión:
La respuesta a la primera pregunta del cuestionario es “Sí”, podemos elevar oraciones imprecatorias, y deberíamos hacerlo. Por más difícil que sea aceptar esa respuesta, es la que más concuerda con el registro bíblico. Además, David no contradice las palabras de Jesús de que debemos amar a nuestros enemigos, ya que Jesús también pronunció palabras de condenación para los cabritos en su sermón profético (Mateo 25) y también pidió perdón por sus verdugos en el calvario. Otra vez, un salmo imprecatorio es un tipo de lamento. En la literatura de sabiduría hebrea, los salmos de lamento conforman los clamores individuales y grupales del pueblo de Dios. Estos son invocaciones de maldición divina.
De manera particular los salmos imprecatorios vocalizan las lágrimas de Israel ante la injusticia y el sufrimiento. Al orar por la maldición de Dios sobre sus enemigos, Israel buscaba exaltar la bondad de la ley de Dios para su pueblo. Los salmos imprecatorios ayudan a moldear el dolor y la indignación que experimenta el pueblo de Dios en un mundo que ha sido corrompido por el pecado.
Ejemplos de estas imprecaciones los encontramos en los Salmos 5, 6, 35, 69 y 109, los cuales son citados en el Nuevo Testamento. Hay declaraciones de maldición a lo largo de todo el canon bíblico. Por ejemplo, Jesús pronuncia “ayes” de justicia en contra de los líderes religiosos en Mateo 23. En Gálatas 1:8-9, Pablo declara anatema a cualquiera que predique otro evangelio. Y la sangre de los mártires clama a Dios para que vengue su sangre en Apocalipsis 6:10.
Aunque las palabras del salmista son sumamente fuertes, nunca en su plegaria y su imprecación expresa que quisiera vengarse él mismo, sino que la remite a Dios. David dice ante esta situación, “más yo oraba”. El apóstol Pablo nos aconseja, “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: «Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor,” Romanos 12:19.
Digamos con David, “Yo alabaré a Jehová en gran manera con mi boca, y en medio de muchos le alabaré. Porque Él se pondrá a la diestra del pobre, para librar su alma de los que le juzgan.” ¡Sea esa nuestra alabanza en medio del dolor y el sufrimiento!
El Salmo 110 es de carácter mesiánico donde se exalta el dominio del Mesías. Este poema o canto ocupa un lugar especial entre los más majestuosos en la literatura hebrea. De hecho, se lo ha considerado como “la perla de los salmos mesiánicos.” (CBA, tomo 3, p. 880). Aquí Cristo no sólo es presentado como Rey y Regidor de este mundo, sino también, por el voto solemne de Dios como el eterno Sacerdote. En fin, Él es el Rey y el Sacerdote por antonomasia.
La primera expresión de David nos ofrece un hermoso diálogo entre Jehová Dios (Yahweh) y Adonai (El Señor). En su argumentación con los fariseos los cuales consideraban que Jesús cometía sacrilegio y blasfemia al igualarse con Dios, Él les preguntó, “por qué David en este salmo 110 presenta el diálogo entre Dios el Padre y Dios el Hijo cuando dice: ‘Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a Tus enemigos por estrado de tus pies’”.
No hay dudas, que Jesús y en el Nuevo Testamento se le da a este Salmo un directo sentido mesiánico. La epístola a los hebreos (5:6) cita Salmo 110:4 para confirmar el sacerdocio eterno de Cristo.
Se desprende de estos dos salmos, que como cristianos podemos, en primer lugar, estar seguros de que en medio de un mundo contagiado por el pecado y donde hay tanto dolor y sufrimiento, podemos confiar que al final la justicia y la misericordia de Dios prevalecerán sobre el mal. Finalmente, el carácter de Dios y de su pueblo será vindicado. (Sal. 109)
¡Cuánto gozo podemos tener al saber que Jesús el Mesías es Rey de Reyes y Señor de Señores! Él es nuestro Sumo Sacerdote para siempre y muy pronto vendrá como el Mesías Victorioso.
¡Ven, Señor Jesús!