Preguntas de estudio:
1. ¿Cómo deshizo Manasés las reformas espirituales de su padre? (2 Reyes 21:3-7)
2. ¿Qué juicio anunció el profeta de parte de Jehová? (2 Reyes 21:10-15)
3. ¿Cuán propenso es el corazón humano al orgullo? (2 Crónicas 32:25-26)
Comentario y reflexión:
La lectura de hoy explora los reinados de Manasés y Ezequías, ofreciendo lecciones importantes sobre liderazgo, pecado, arrepentimiento y fe.
Ezequías fue un rey fiel que enfrentó desafíos significativos, como el ataque de Senaquerib, rey de Asiria. Su reinado destaca la importancia de la fe en Dios y los peligros del orgullo.
Tras implementar reformas espirituales, Ezequías enfrentó la invasión de Senaquerib. Aunque superado en número, se preparó reforzando las defensas de Jerusalén y asegurando su suministro de agua mediante un túnel que llevaba agua dentro de la ciudad (2 Crónicas 32:30).
La respuesta de Ezequías a la amenaza demostró su confianza en Dios. Junto con el profeta Isaías, oró fervientemente, y Dios intervino enviando un ángel que destruyó a 185,000 soldados asirios en una sola noche. Senaquerib regresó a Asiria humillado y posteriormente fue asesinado por sus propios hijos.
Esta victoria demostró que la fe en Dios puede lograr lo que la fuerza humana no puede.
Más adelante, Ezequías cayó gravemente enfermo. Oró al Señor, quien le concedió 15 años adicionales de vida y confirmó este milagro haciendo retroceder la sombra del reloj solar. Sin embargo, el orgullo de Ezequías lo llevó a mostrar a los embajadores de Babilonia las riquezas de Judá, lo que provocó su codicia y sentó las bases para una futura invasión.
A pesar de sus fallas, Ezequías es un testimonio del poder de la fe y la oración. Su obra de ingeniería y su dependencia de Dios durante la invasión subrayan la importancia de la preparación y la confianza en la intervención divina.
Por otro lado, Manasés reinó en Judá durante 55 años, marcando uno de los períodos más oscuros de su historia. Ascendió al trono a los 12 años, nacido durante los 15 años adicionales que Dios concedió a Ezequías. Tristemente, esos años trajeron a Judá uno de sus peores reyes.
Manasés deshizo las reformas espirituales de su padre, reviviendo las prácticas paganas e introduciendo nuevamente la idolatría. Construyó altares para Baal, adoró las estrellas y sacrificó a su hijo al dios Moloc. Su reinado estuvo marcado por una violencia tan generalizada que llenó Jerusalén de sangre inocente, incluida la del profeta Isaías, quien, según la tradición judía, fue aserrado en dos (cf. Hebreos 11:37).
La progresión de su reinado siguió un patrón destructivo: tolerancia hacia la idolatría, promoción de las prácticas paganas, institucionalización de la idolatría, debilitamiento de la adoración a Jehová y persecución de los fieles. Finalmente, esto llevó al juicio de Dios.
Sin embargo, al final de su vida, Manasés se arrepintió genuinamente. Llevado cautivo a Babilonia, se humilló ante Dios, quien respondió restaurándolo en su trono. Manasés probó su arrepentimiento al eliminar ídolos y ordenar a Judá que adorara a Jehová. Pero este cambio llegó demasiado tarde para revertir el daño espiritual que había causado a la nación.
El hijo de Manasés, Amón, lo sucedió, pero no siguió el ejemplo de arrepentimiento de su padre. Reinó solo dos años antes de ser asesinado por sus siervos. A pesar de esto, el pueblo de Judá colocó a su hijo Josías en el trono, lo que preparó el camino para futuras reformas espirituales.
Estos relatos nos recuerdan la importancia del arrepentimiento y la dependencia de Dios. Nos enseñan a evaluar nuestro orgullo y a buscar continuamente la dirección de Dios.
Que estas historias nos inspiren a buscar a Dios y vivir vidas de fidelidad y obedciencia.