


Viernes, julio 18 – Efesios 3, 4
1. ¿Por qué Pablo se consideraba prisionero, no de Roma, sino de Cristo? (Efesios 3:1)
2. ¿Cuál es el “misterio” revelado a Pablo y a los apóstoles? (Efesios 3:3-6)
3. ¿Qué dimensiones utiliza Pablo para describir el amor de Dios? (Efesios 3:18)
4. ¿Qué virtudes deben cultivar los creyentes para mantener la unidad en la Iglesia? (Efesios 4:1-3)
Pablo fue receptor de revelaciones extraordinarias (2 Co. 12:1-4), y quiere compartirlas con la iglesia de Éfeso. La iglesia tiene una función que desempeñar:
compartir con el mundo el misterio revelado del evangelio y la sabiduría que viene de Dios.
Cuando Pablo escribe a los Efesios (año 62 d. C.), se encontraba encadenado (Ef. 6:20). Esperaba ser juzgado ante Nerón. Era, por tanto, un presunto criminal. Esta situación estaba creando desánimo en los efesios (3:13). Su exhortación es: “Les pido que no os desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros.”
Ahora bien, la conciencia de Pablo estaba tranquila. Es más, él nunca se consideró prisionero de Roma. Él era “prisionero de Cristo” (3:1), aprisionado por creer y predicar a Cristo.
Jesús mismo comisionó a Pablo como apóstol de los gentiles (3:2; Hch. 9:15; 1 Ti. 2:7), y quiere compartir con ellos el misterio que Él le reveló (3:3-4). Este misterio no se había revelado plenamente con anterioridad, sino que se ha revelado a través de los apóstoles y de los profetas, que han recibido el don del Espíritu Santo (3:5).
En el verso 10 dice que la “multiforme sabiduría de Dios es dada a conocer ahora a través de su iglesia, a las potestades celestiales.”
¿Cómo se realiza esto? Los ángeles fieles comprenden la sabiduría de Dios en su trato con los poderes del mal, y los ángeles caídos comprenden que sus falsas acusaciones contra el carácter de Dios han sido puestas en evidencia, y que por eso están vencidos y condenados. Así que el testimonio de la iglesia es muy importante, no solo para este mundo, sino también para todo el universo. Aquí se reafirma, una vez más, que el amor de Dios excede todo conocimiento.
El apóstol utiliza las cuatro dimensiones del amor divino: “La anchura, la longitud, la profundidad y la altura.” (3:18). Esto nos recuerda el himno: “¡Oh Amor de Dios, tu Inmensidad!” Solo nos resta, con Pablo, expresar una alabanza a Dios por su amor manifestado en Cristo por todos nosotros.
Una vez terminada la parte doctrinal (o teórica), en el capítulo 4, Pablo pasa a la parte práctica de su carta: cómo aplicar en la vida del creyente y de la iglesia lo aprendido hasta este punto.
Siendo que Cristo ha derribado el muro de separación, convirtiéndonos a todos en hermanos y hermanas sin distinción étnica ni cultural, ahora nos muestra cómo hacer realidad la unidad en la iglesia. Para conseguir “la unidad del Espíritu” (v. 3), se nos insta a que “vivamos de una manera digna del llamamiento que hemos recibido.”
La unidad de la iglesia se debe fundamentar en la unidad que se expresa en la Deidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así podremos vivir en la dimensión de los Siete Unos: un Cuerpo, un Espíritu, una Esperanza, un Señor, una Fe, un Bautismo, un Dios y Padre de todos.
En los versos 7-13 encontramos al Cristo exaltado dispensando dones a su iglesia.
Pablo toma el Salmo 68:18 y hace una interpretación donde Cristo desciende a la tierra para pelear la batalla contra el pecado (v. 9). Una vez obtiene la victoria, asciende al cielo para ser exaltado (v. 10). Tras ser exaltado, Jesús dio dones a los hombres (4:7-8). Estos dones comenzaron a ser derramados en Pentecostés (Hch. 2:33).
El propósito de estos dones es producir el crecimiento en Cristo, rechazar las falsas enseñanzas y todo viento de doctrina.
Aunque las vocaciones o llamados mencionados por Pablo son responsables de mantener la unidad, todos y cada uno de los miembros de la iglesia tenemos nuestra parte que realizar para alcanzar esa unidad (4:16).
La Sra. White nos da una advertencia en cuanto a la administración de los dones del Espíritu: “Se puede poseer sabiduría, talentos, elocuencia, todo don natural o adquirido; pero sin la presencia del Espíritu de Dios no se conmoverá a ningún corazón ni ningún pecador será ganado para Cristo. Por el otro lado, si están relacionados con Cristo, si los dones del Espíritu son suyos, los más pobres y los más ignorantes de sus discípulos tendrán un poder que hablará a los corazones. Dios los convierte en los instrumentos que ejercen la más elevada influencia en el universo.” (PVGM, p. 263)
Que el Espíritu Santo nos ayude a incorporar en nuestra vida los dones y virtudes que producen el crecimiento espiritual.
¡Que tengan un lindo y bendecido día!