Jueves, junio 13 – 1 Tesalonicenses 1, 2 – Lectura adicional, Los Hechos de los Apóstoles, capítulo 25

Preguntas de estudio:

1. ¿Qué aprendimos del espíritu magnánimo y desprendido de Pablo, Silas y Timoteo? 1 Tesalonicense 2:6-9

2. ¿Cómo reaccionaban Pablo y sus colaboradores ante la oposición?

3. ¿Será que en nuestras oraciones debemos expresar más gratitud a Dios por las muchas bondades que recibimos de Él?

4. ¿Qué aprendieron los tesalonicenses del ejemplo de Pablo, Silas y Timoteo? 1 Tesalonicenses 1:6, 7

5. ¿Cómo podemos implantar en nuestra iglesia los principios implícitos en la lectura de hoy?

Comentario y reflexión:

Hoy iniciamos el estudio de la primera carta de Pablo a los Tesalonicenses, una de las epístolas más antiguas del Nuevo Testamento. Escrita durante su segundo viaje misionero, probablemente desde Corinto (años 49–51 d.C.), refleja el profundo cariño y gratitud del apóstol por una iglesia que, en medio de dificultades, perseveró con fe, amor y esperanza.

La carta es firmada por Pablo, Silvano (Silas) y Timoteo, quienes participaron activamente en la plantación de la iglesia en Tesalónica, una ciudad importante de Macedonia. El estilo refleja el corazón pastoral de Pablo y su gratitud por el informe positivo que trajo Timoteo acerca de la fe y testimonio de los creyentes.

Desde el saludo inicial (1:1–5), Pablo menciona a las tres personas de la Deidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La iglesia de Tesalónica, formada por antiguos idólatras (1:9), se había convertido en un ejemplo vivo del evangelio. Pablo alaba su testimonio visible en toda Macedonia y Acaya, a pesar de la persecución.

El versículo 10 destaca que esperaban activamente la segunda venida de Cristo. El verbo griego usado (“esperar”) indica una acción continua. Este tema es recurrente en la epístola. Ellen White comenta:

“Los creyentes tesalonicenses eran verdaderos misioneros… la palabra del Señor, hablada por ellos, era acompañada de poder… y almas eran añadidas al número de los creyentes.” (Los Hechos de los Apóstoles, p. 208)

Pablo recuerda cómo llegó a Tesalónica tras sufrir abusos en Filipos (2:2). A pesar de ello, predicó con denuedo. El Comentario Bíblico Adventista afirma:

“Después de un castigo tan terrible como el que los evangelistas habían soportado, unos impostores no hubieran tenido el valor para continuar inmediatamente su obra en un lugar cercano.” (CBA, t. 6, p. 240)

Pablo enfatiza que su predicación no fue motivada por codicia ni halagos. Trabajaron día y noche para no ser una carga, y se comportaron con humildad y ternura, como una madre que cuida a sus hijos (2:7–9). Su entrega fue desinteresada y sincera.

El apóstol también consuela a los creyentes perseguidos por sus compatriotas (2:14), comparando su sufrimiento con el de los cristianos en Judea. Les recuerda que Jesús mismo fue rechazado y que los judíos, en su celo por impedir que el evangelio llegara a los gentiles, “llenan la medida de sus pecados… el castigo ha venido sobre ellos” (2:16).

Aun así, Pablo reafirma su amor por ellos. Había intentado volver, pero “Satanás nos estorbó” (2:18). El término griego traducido como “separación” implica una pérdida afectiva profunda, como la de un padre alejado de sus hijos.

La iglesia de Tesalónica era joven, pero ejemplar. ¿Qué la hizo especial? Su fe activa, su amor sacrificado, su esperanza perseverante y su testimonio misionero. Además, contaban con el ejemplo pastoral de Pablo, Silas y Timoteo, quienes no solo enseñaban, sino que vivían lo que predicaban.

El desafío es actual. ¿Reaccionamos con gratitud en nuestras oraciones? ¿Vivimos y compartimos el evangelio con gozo, aun en la prueba? ¿Nuestra iglesia está sembrando esperanza mientras espera el regreso de Cristo?

El testimonio de los tesalonicenses y el modelo de servicio de los apóstoles siguen siendo una guía para la iglesia de hoy. Que, como ellos, esperemos con fidelidad y trabajemos con celo en la obra del Señor.

“Hermanos, la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. Amén.” (1 Tesalonicenses 5:28)

Es mi deseo que tengan un día bendecido.

Profesor Javier Diaz