


Domingo, mayo 25 – Juan 18, 19
1. ¿Qué le sucedió a la multitud que vino a apresar a Jesús? Juan 18:5, 6
2. ¿Qué dijo Jesús sobre su participación en la política del mundo? Juan 18:36
3. ¿Qué significa la expresión de Jesús: “Consumado es”? Juan 19:28-30
La pasión de Cristo se desarrolla en Juan 18 y 19 con una intensidad solemne. En la noche final, los oficiales enviados para arrestar a Jesús regresaron sin Él. Cuando se les preguntó por qué, respondieron: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46). Temiendo la creciente fe del pueblo en Jesús, los sacerdotes insistieron en silenciarlo de una vez por todas.
En Getsemaní, mientras la turba se acercaba, Jesús dijo: “Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega” (Mateo 26:46). Sin mostrar señales de la reciente agonía, se adelantó y preguntó: “¿A quién buscáis?” Al responder ellos: “A Jesús Nazareno”, Él declaró: “Yo soy”. Al pronunciar estas palabras divinas, una luz resplandeció de su rostro y el ángel que lo acababa de fortalecer se colocó entre Jesús y la multitud. Una gloria santa llenó el jardín, y toda la turba, incluyendo a Judas, cayó hacia atrás como muerta (ver El Deseado de Todas las Gentes, cap. 74).
Sin embargo, Jesús permaneció sereno. Estaba frente a un grupo endurecido, ahora postrado e indefenso a sus pies. Cuando se levantaron, repitió: “Os he dicho que yo soy; si me buscáis a mí, dejad ir a estos.” Dio este paso voluntario hacia el cautiverio para proteger a sus discípulos.
Judas, aun fingiendo inocencia, se acercó, besó a Jesús y dijo: “¡Salve, Maestro!” (Mateo 26:49). Jesús le respondió con dolor: “Amigo, ¿a qué vienes? ¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?” (Mateo 26:50; Lucas 22:48). No rechazó el beso ni el arresto. La turba, alentada por el gesto de Judas, apresó a Jesús y ataron sus manos, manos que solo habían hecho el bien.
Pedro, quien había declarado lealtad inquebrantable, lo negó tres veces. Como comenta Matthew Henry, “El principio del pecado es como dejar correr el agua… una mentira llama a otra”. El miedo venció a Pedro, Judas traicionó calculándolo. Pero en el relato sobre Pedro hay redención. “Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro” (Lucas 22:61). Esa mirada no fue de condenación, sino de gracia.
Jesús fue llevado ante el sumo sacerdote y luego ante Pilato. Sin saber que lo que ocurría se convertiría en el centro de la historia y de la adoración de multitudes, Pilato consintió en entregarlo. Los soldados lo burlaron y lo crucificaron. Jesús, el Cordero de Dios, no fue clavado en un altar entre sacrificios, sino entre criminales condenados. Él tomó nuestro lugar para que fuéramos libres.
En el Calvario se cumplieron las profecías: los soldados romanos, sin saberlo, ejecutaron profecías escritas en las Escrituras. La negativa de Pilato a cambiar el letrero sobre la cruz, “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”, fue un testimonio sutil de la soberanía divina (CBMH).
Entonces vino el grito final: “Consumado es” (Juan 19:30). Esa frase tiene significado eterno. Se cumplió el plan del Padre respecto al sufrimiento del Mesías. Todos los símbolos y profecías del Antiguo Testamento que señalaban al sacrificio del Mesías se realizaron. La ley ceremonial fue satisfecha. “La transgresión terminó y se introdujo la justicia eterna.” La vida de Jesús no fue quitada por la fuerza; Él la entregó voluntariamente.
Ese clamor, “Consumado es,” resonó en la Tierra, el Cielo y los mundos no caídos. Declaró la redención asegurada, la derrota de Satanás sellada, y el universo eternamente a salvo (El Deseado de Todas las Gentes, cap. 78). Los ángeles se regocijaron. Aunque no comprendieron todo en ese momento, sabían que la destrucción del pecado era segura y que la redención de la humanidad era ahora posible.
En Getsemaní y en el Gólgota, Jesús estuvo firme, sacrificado y victorioso en nuestro lugar. Al reflexionar en su pasión, que veamos su sacrificio con nuevos ojos, lo amemos más profundamente y vivamos para Él con mayor entrega.
Dios les bendiga a todos, hermanos y hermanas.