


Lunes, febrero 3 – 2 Crónicas 36; Salmo 79 – Lectura adicional: 2 Reyes 24-25; Comentario BÃblico Andrews, pp. 729-730
1. ¿Qué papel jugaron las decisiones de los cuatro reyes (Joacaz, Joacim, JoaquÃn y SedequÃas) en la caÃda de la nación? (2 Cr. 36:5)
2. ¿Cómo refleja la destrucción de Jerusalén y el exilio de su pueblo las consecuencias de apartarse de Dios? ¿Qué nos enseña esto sobre la importancia de la obediencia? (2 Cr. 36:16)
3. A pesar de su desobediencia, Dios mostró su misericordia al pueblo, pero ellos se negaron a escuchar. ¿Cómo podemos nosotros abrazar la gracia de Dios en tiempos de fracaso personal o dificultades? (2 Cr. 36:15)
Comentario y reflexión:
La muerte del rey JosÃas en el año 609 a.C. (2 Reyes 23:28-30) marcó un retroceso significativo tanto espiritual como polÃtico para Jerusalén. Las reformas religiosas que JosÃas habÃa iniciado fueron rápidamente olvidadas, y la nación descendió nuevamente a la idolatrÃa y la desobediencia. Este descenso preparó el escenario para la caÃda de Jerusalén, como se describe en 2 Crónicas 36.
Este capÃtulo presenta los reinados de cuatro reyes: Joacaz, Joacim, JoaquÃn y SedequÃas. Lamentablemente, todos ellos hicieron lo malo ante los ojos de Jehová. Por ejemplo, Joacim se convirtió en un sÃmbolo de opresión espiritual y financiera. Durante su reinado, el rey de Egipto impuso un gran tributo a la tierra:
- Un talento de plata (aproximadamente 34 kg u 1,200 onzas), al precio actual de $25 por onza, equivaldrÃa a $30,000.
- Cien talentos de plata: $3,000,000.
- Un talento de oro, con un valor aproximado de $2,340,000.
- Total del tributo: $5,340,000.
Esta pesada carga financiera era solo un sÃntoma de un problema más profundo: la corrupción espiritual y la idolatrÃa que impregnaban la nación. Las consecuencias de esta rebelión fueron severas, ya que Nabucodonosor, rey de Babilonia, invadió Jerusalén en tres ocasiones:
- Durante el reinado de Joacim (605 a.C.): Nabucodonosor capturó Jerusalén y llevó tesoros del templo. (2 Cr. 36:5-7).
- Durante el reinado de JoaquÃn (597 a.C.): El rey babilonio se llevó más tesoros y exilió a JoaquÃn junto con muchos otros a Babilonia. (2 Cr. 36:9-10).
- Durante el reinado de SedequÃas (586 a.C.): Nabucodonosor destruyó Jerusalén, quemó el templo y exilió al resto del pueblo. (2 Cr. 36:11-20).
A pesar de la infidelidad del pueblo, la compasión de Dios seguÃa siendo evidente. El versÃculo 15 destaca esto: “Y Jehová el Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenÃa misericordia de su pueblo y de su habitación.” Sin embargo, el pueblo “hacÃa escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaba sus palabras y se burlaban de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio.” (2 Cr. 36:16).
La devastación fue inmensa. Nabucodonosor no solo destruyó la ciudad, sino que también profanó el templo, el corazón del culto del pueblo de Dios. Los utensilios sagrados usados para los sacrificios fueron llevados a Babilonia, y el pueblo experimentó una pérdida y sufrimiento inimaginables.
En el Salmo 79, el salmista lamenta, clamando a Dios: “¿Hasta cuándo, oh Jehová? ¿Estarás airado para siempre?… Ayúdanos, oh Dios de nuestra salvación, por la gloria de tu nombre.” (Salmo 79:5,9).
Sin embargo, en medio del juicio, la misericordia de Dios brilla. Después de setenta años, como lo profetizó JeremÃas, Dios movió el corazón del rey Ciro de Persia, quien proclamó un decreto para reconstruir el templo en Jerusalén. Este acto de restauración ilustra que la compasión de Dios nunca falla. Como nos recuerda Lamentaciones 3:22-23: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.”
Esta historia nos recuerda poderosamente el amor inquebrantable de Dios por Su pueblo. A pesar de nuestra rebelión y fracaso, continuamente nos llama a regresar a Él. Su disciplina no está destinada a destruirnos, sino a restaurarnos. Asà como permaneció fiel a Jerusalén, Dios permanece fiel a nosotros hoy. Pero debemos estar dispuestos a escuchar Su voz, arrepentirnos y abrazar Su gracia.