


Martes, abril 22 – Juan 5, Marcos 3 – Lectura adicional, El Deseado de todas las Gentes, Capítulo 21, “Betesda y el Sanedrín”
1. ¿Cuántos pórticos tenía el estanque de Betesda? Juan 5:2.
2. ¿Dónde estaba ubicado? Juan 5:2
3. ¿Cuántos años llevaba enfermo el sanado por Jesús? Juan 5:5
4. ¿A dónde se retiró Jesús tras sanar al hombre de la mano seca? Marcos 3:7
5. ¿Qué pecado no tiene perdón? Marcos 3:29
El estanque de Betesda, excavado al norte del templo en Jerusalén, tenía cinco pórticos, como relata Juan. Su nombre podría significar “Casa de misericordia”. Muchos enfermos se congregaban allí esperando ser sanados cuando las aguas se agitaban, fenómeno probablemente natural causado por fuentes intermitentes.
Un sábado, Jesús sanó a un hombre paralítico de 38 años. Aunque había muchos enfermos, Jesús se dirigió solo a él, preguntándole si quería ser sano. El hombre, desanimado por no poder entrar al agua a tiempo, respondió con resignación. Jesús lo desafió a creer: “Levántate, toma tu lecho y anda.” El hombre respondió con fe, y fue sanado al instante.
Más tarde, Jesús encontró al hombre en el templo y le dijo: “No peques más, para que no te venga algo peor.” La advertencia subraya que el pecado tiene consecuencias, y la gracia debe llevarnos al arrepentimiento.
Jesús afirmó su divinidad al decir que obraba con su Padre. Los líderes judíos lo acusaron de quebrantar el sábado y de blasfemia por llamarse Hijo de Dios. Jesús declaró que los muertos oirían su voz y vivirían: primero los muertos en pecado, luego los del sepulcro.
Cristo es el tema central de las Escrituras. Debemos leerlas con el propósito de encontrar a Jesús y tener vida en Él. El amor genuino a Dios se demuestra en aceptar a Cristo y obedecer sus mandamientos, no en buscar la gloria de los hombres.
En Marcos 3 leemos que Jesús sanó a un hombre con la mano seca en día de reposo. Aunque los fariseos sabían que Él tenía poder, lo vigilaban para acusarlo. Sus tradiciones permitían evitar que un mal empeorara en sábado, pero no sanarlo. Aun así, Jesús actuó con compasión y sanó.
Luego, se retiró al mar y fue seguido por una gran multitud. Aunque muchos lo seguían por los milagros, pocos buscaban lo espiritual. Después, subió al monte y oró toda la noche antes de escoger a los doce discípulos, quienes serían sus testigos y predicadores. Su primer deber: estar con Él, aprender de Él, y luego ir a predicar.
Muchos de los doce son poco conocidos, pero sus nombres están escritos en los cimientos de la Jerusalén celestial. La fama que vale es la que se tiene en el cielo. Entre ellos había hermanos, antiguos enemigos políticos, y un traidor. Jesús los eligió intencionalmente.
En ese tiempo, escribas de Jerusalén vinieron a observar a Jesús. Al ver sus obras, lo acusaron de estar poseído por Beelzebú (Satanás).
Atribuyeron al diablo lo que era obra del Espíritu Santo. Este rechazo voluntario y persistente es la blasfemia contra el Espíritu, pecado que no tiene perdón, no por su gravedad, sino porque quien lo comete no quiere el perdón.
Jesús advirtió sobre ese pecado, no para condenar, sino para alertar. La blasfemia al Espíritu es rechazar repetidamente su obra en nosotros, cerrando el corazón a la verdad.
La gracia está con los que aman a Cristo con amor sincero.
Escudriñemos las Escrituras, busquemos a Jesús en ellas y vivamos en fe, humildad y obediencia.
Que tengas un día muy bendecido.