


Viernes, febrero 14 – Lamentaciones 3:37-66, 4
1. ¿Dónde encuentra el profeta la causa de la desgracia? Lamentaciones 3:40-42
2. ¿Con que otra ciudad compara el profeta el pecado de Jerusalén? Lamentaciones 4:6
Comentario y reflexión:
En los libros sapienciales o de sabiduría y en la poesía hebrea, observamos que los escritores inspirados abren sus corazones ante Dios con toda candidez para expresar sus sentimientos más profundos en tiempos de dolor, angustia y sufrimiento. Sus vivencias tocan el tema de la Teodicea que trata de saber por qué sufren los inocentes, frente a un Dios todopoderoso, justo y misericordioso.
En la Biblia tenemos el libro de Job, Salmos, Lamentaciones, Habacuc, y en otros libros proféticos que tratan sobre estos temas. El libro de Lamentaciones es uno de esos poemas donde Jeremías se dirige a su Dios con los ojos inundados en lágrimas por el dolor que siente por el sufrimiento de su pueblo ante la tragedia del cautiverio babilónico. A veces como Job, David y Habacuc, Jeremías expresa su queja ante Dios con la convicción de que Él lo escucha y los consuela con sus promesas.
En Lamentaciones 3 Jeremías continúa planteando una serie de preguntas para subrayar que Dios está en control de todo y que el hombre no soluciona su situación de sufrimiento autoinducido cuestionando la omnisciencia de Dios. Es común, en este tipo de literatura que el autor, como parte de la frágil humanidad que sufre, a veces en su ignorancia, cuestione a Dios y hasta le proteste. Ejemplo de ello lo encontramos en los discursos de Job al defender su inocencia frente a sus amigos acusadores. Hasta llega a preguntar a Dios por qué no lo defiende y protege de los malos.
David, en el salmo 77 le pide a Dios su ayuda diciendo: Al Señor busqué en el día de mi angustia; Alzaba a él mis manos de noche sin descanso; Mi alma rehusaba consuelo… Me acordaba de Dios, y me conmovía; Me quejaba, y desmayaba mi espíritu….(Salmos 77:1-9)
Jeremías, por su parte, exhortaba a sus compatriotas para que reconocieran y lamentasen su pecado. Él exhortaba a Israel a volverse a Dios (vv.40-54). Sufre grandemente por las consecuencias que el pueblo padece por sus pecados. Como los salmos imprecatorios que piden la venganza del Señor, el profeta invoca la justicia divina sobre los enemigos de su pueblo.
Observamos en el capítulo 4 que Jeremías habla del estado de Sion, Jerusalén. Se compara su situación pasada y presente. Vemos una descripción gráfica del asedio de los babilonios sobre Judá. El resultado de la invasión caldea ha arruinado la belleza del oro y las piedras preciosas del templo.
La situación de la ciudad de Jerusalén alcanza niveles insospechados: sus habitantes humillados al nivel del barro; las bestias del campo tienen más compasión por sus cachorros que las madres de Sion por sus bebés; los que antes comían en abundancia ahora luchan por encontrar un bocado de pan; otros iban a los muladares y estercoleros para buscar con que vestirse.
Toda esta condición le vino a Judá por su rebeldía y apostasía contra Dios. El verso 6 afirma que su pecado fue peor que el de Sodoma, y eso es mucho decir. Las ciudades de la llanura murieron en el acto, sin embargo, la destrucción de Judá y su sufrimiento fueron peores porque fue un proceso largo y penoso.
Otra vez se compara a los muertos por la espada como más dichosos que los muertos por el hambre. El cuadro no podría ser más espantoso, al describir a madres que antes eran piadosas, ahora cuecen a sus hijos en la hoya para alimentarse de ellos. No podemos ni siquiera imaginarnos un cuadro más tétrico que el que Jeremías nos presenta aquí.
Hay personas que cuestionan la misericordia de Dios por castigar a Judá de manera tan horrible. ¿Acaso es esto la acción de un Dios vengativo y airado, o fue que Judá sembró su pecado y cosechó sus consecuencias, a pesar de todos los apelativos y llamados de Dios para que evitaran toda esa tragedia?
En el Antiguo Testamento, la idea de un diablo o Satanás que causara dolor, sufrimiento y muerte no era muy clara. Debido a eso, como lo vemos en Job, los Salmos y ahora Lamentaciones, tanto lo bueno como lo malo provienen de Dios. (Lamentaciones 3:37 y 38) En el Nuevo Testamento, y con la venida de Jesús, se ha desenmascarado al verdadero asesino y mentiroso que es Satanás: “Sois de vuestro padre el diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él fue un homicida desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira” (Juan 8:44).
En fin, fue el enemigo de Dios y de la humanidad el que sedujo a Israel para que apostatara de Dios y así cosechara toda la tragedia que experimentaron.
Los episodios de tristeza y sufrimiento en la vida de Jeremías y el pueblo de Judá demuestran una vez más que cosechamos lo que sembramos. A pesar de los lamentos del profeta, él nunca perdió su confianza y esperanza en Dios porque como bien lo exclamó: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es su fidelidad… Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová”.
Sea esa nuestra convicción. Bendiciones.