


Jueves, julio 3 – Romanos 2, 3
1. ¿Qué gran peligro amenaza al que se atreve a menospreciar la benignidad, la paciencia y la longanimidad de Dios? ¿A qué nos guía la benignidad divina? (Romanos 2:4)
2. ¿Cuál será el resultado inevitable de vivir una vida desordenada de enojo y desobediencia a Dios? (Romanos 2:5-9)
3. ¿Tiene excusa el que ha pecado sin conocimiento de la ley de Dios? (Romanos 2:10-12)
4. ¿Cómo revela Pablo que aun los gentiles paganos que no conocieron la ley de Dios no tienen excusa? Al no tener la ley escrita en piedra o pergaminos, ¿dónde la tenían escrita? (Romanos 2:14-16)
5. ¿Qué texto del Antiguo Testamento citó Pablo para asegurar la falta de justicia en el hombre? (Romanos 3:9-18)
La carta del apóstol Pablo a los Romanos ha sido considerada algo más que una carta regional, como la dirigida a los corintios o a los tesalonicenses. Su mensaje toma carácter universal; es como si bajo el título exclusivo a los romanos, se escondiera lo inclusivo, a todos los creyentes en el mundo entero. Algunos teólogos la han considerado como “el evangelio según San Pablo”, por su mensaje Cristo céntrico y expositivo de la salvación mediante Cristo Jesús. Hoy nos detendremos en los capítulos 2 y 3, que tienen más mensaje que el que nos permite el tiempo y el espacio.
Esta carta la escribe Pablo durante su estancia de tres meses en la ciudad de Corinto, próximo a seguir viaje a Jerusalén llevando las contribuciones de las iglesias fundadas por él, posiblemente a fines del año 57 o principios del 58 d.C. El tema central de la carta es la pecaminosidad universal de los hombres y la gracia universal de Dios.
Algo importante debemos aprender nosotros como cristianos hoy: no debemos juzgarnos unos a otros. Esa es una tarea de Dios; es Él el único que tiene la capacidad de juzgar.
“No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones”. No podemos leer el corazón. Por ser imperfectos, no somos competentes para juzgar a otros. A causa de sus limitaciones, el hombre sólo puede juzgar por las apariencias. Únicamente a Dios, quien conoce los motivos secretos de los actos y trata a cada uno con amor y compasión, le corresponde decidir el caso de cada alma”. (El discurso maestro de Jesucristo, p. 106).
“Dado que la ley del Señor es perfecta y, por lo tanto, inmutable, es imposible que los hombres pecaminosos satisfagan por sí mismos la medida de lo que requiere. Por eso vino Jesús como nuestro Redentor. Era su misión, al hacer a los hombres partícipes de la naturaleza divina, ponerlos en armonía con los principios de la ley del cielo. Cuando renunciamos a nuestros pecados y recibimos a Cristo como nuestro Salvador, la ley es ensalzada. Pregunta el apóstol Pablo: ‘¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley’.” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 47).
“Muchos de los que pretenden creer y enseñar el Evangelio caen en un error similar. Ponen a un lado las Escrituras del Antiguo Testamento, de las cuales Cristo declaró: ‘Ellas son las que dan testimonio de mí’. Al rechazar el Antiguo Testamento, prácticamente rechazan el Nuevo; pues ambos son partes de un todo inseparable. Ningún hombre puede presentar correctamente la ley de Dios sin el Evangelio, ni el Evangelio sin la ley. La ley es el Evangelio sintetizado, y el Evangelio es la ley desarrollada. La ley es la raíz, el Evangelio su fragante flor y fruto.” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 99).
Gracias damos al Espíritu Santo por la revelación dada al apóstol Pablo para explicar un tema tan controversial como el relacionado con la salvación mediante la gracia sin descartar la obediencia a la ley de Dios. Es imposible desligar una cosa de la otra.
Que ese mismo Espíritu Santo llene nuestra mente al estudiar la divina Palabra. ¡Que sean todos muy bendecidos hoy!