


Domingo, junio 8 – Hechos 15, 16 – Lectura adicional, Los Hechos de los Apóstoles, capítulos 19–21 y 35
1. ¿En qué área de tu vida Dios te está llamando a confiar en Su gracia en lugar de tu desempeño?
2. ¿Has experimentado recientemente una “puerta cerrada”? ¿Será redirección más que rechazo? ¿Cómo sería buscar Su visión para el próximo paso?
3. ¿Cómo reaccionas en tus “momentos de medianoche”? ¿Te retiras, reaccionas o adoras cuando enfrentas sufrimiento o injusticia? ¿Qué significaría confiarle tus cadenas a Dios?
El libro de los Hechos narra el crecimiento explosivo de la iglesia primitiva, mientras el evangelio se extendía más allá de fronteras, culturas e incluso oposición. Los capítulos 15 y 16 marcan una transición clave en este recorrido, demostrando cómo la gracia, dirección y soberanía de Dios abren puertas que nosotros jamás podríamos abrir por nuestra cuenta.
Hechos 15 inicia con un fuerte debate: ¿Deben los creyentes gentiles guardar las costumbres judías como la circuncisión? Algunos cristianos judíos insistían en que sí, pero Pablo y Bernabé, respaldados por Pedro y Santiago, defendieron que la salvación es por gracia mediante la fe, no por guardar la ley. Este debate entre la ley y la gracia ha afectado a los seguidores de Jesús por más de dos mil años. Sin embargo, las palabras de Pedro van al corazón del asunto:
“¿Por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?” (Hechos 15:10, RV60)
El Concilio de Jerusalén finalmente acuerda: los gentiles son salvos por gracia, al igual que los judíos. Este momento no es solo una aclaración teológica, sino una intervención del Espíritu Santo para preservar la pureza del evangelio. La gracia no se gana; es un regalo. La iglesia pudo haberse fracturado aquí, pero en lugar de eso, la unidad fue preservada al arraigarse en la verdad de la misericordia de Dios.
Luego presenciamos un desacuerdo personal entre Pablo y Bernabé acerca de Juan Marcos, quien los había abandonado anteriormente. Se separan y forman dos equipos misioneros en lugar de uno. Aunque hubo conflicto, la misión de Dios se expandió. Esto nos recuerda que Dios puede redimir hasta nuestras fracturas relacionales. El ministerio no está exento de tensiones; incluso una división puede servir a un propósito mayor cuando se rinde a Dios.
Durante el segundo viaje misionero, Pablo y Silas enfrentan una situación extraña: el Espíritu Santo les “prohíbe” predicar en ciertas regiones. Dos veces se les impide ir donde habían planeado. Luego, Pablo tiene una visión: un hombre macedonio que suplica, “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. A veces, el “no” de Dios no es un rechazo, sino una redirección. Estas puertas cerradas los conducen a Filipos, donde ocurren eventos claves: la conversión de Lidia, una mujer de negocios temerosa de Dios; la liberación dramática de una joven esclava; y el encarcelamiento que conduciría a la salvación de un carcelero. Todo porque Dios los guio hacia otra puerta.
Hacia el final de Hechos 16, Pablo y Silas son injustamente golpeados y encarcelados. Sin embargo, a la medianoche, los hallamos cantando himnos. En un momento de oscuridad y sufrimiento, eligen alabar a Dios. De pronto, un terremoto sacude la prisión, las puertas se abren y las cadenas se sueltan. Pero en lugar de huir, Pablo y Silas se quedan, y por sus acciones, el carcelero se postra ante ellos preguntando:
“Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:30, RV60)
Su prueba se convierte en testimonio. Es fácil adorar cuando todo va bien, con aire acondicionado. Pero adorar cuando estamos encadenados, revela al mundo el poder del evangelio.
Los capítulos 15 y 16 de Hechos están llenos de lecciones que el espacio no permite comentar en su totalidad. Me impacta cómo la Palabra revela a un Dios que preserva la verdad del evangelio de la gracia, que guía a su pueblo cuando cierra puertas y que transforma el sufrimiento en plataforma de salvación y alabanza. Ya sea que enfrentes conflicto, redirección o dolor, estos capítulos nos recuerdan que Dios siempre está obrando detrás del telón, en nuestras relaciones y aun en nuestras pruebas.