


Jueves, mayo 22 – Juan 15, 16
1. ¿A qué se comparó Jesús a sí mismo? (Juan 15:1).
2. ¿A qué comparó a su Padre? (Juan 15:1).
3. ¿A qué nos comparó él a nosotros? (Juan 15:2, 3).
4. ¿Cuál es el secreto de la productividad? (Juan 15:4).
Los dos capítulos de hoy registran parte de los últimos incidentes de Jesús camino al Getsemaní, horas antes de su arresto. Todo indica que él reservó sus más directas e íntimas enseñanzas a sus discípulos para esas horas, de tal forma que las mantuvieran frescas en sus mentes.
En el camino pasó junto a una parra que mostraba jugosas uvas. Tal como acostumbraba, se aprovechaba de detalles extraídos de la naturaleza para hacer sus aplicaciones de las verdades del Reino de Dios.
¿Descubriste la palabra clave en este pasaje? Es la palabra “permanecer”. Es más importante que llevar fruto. Nadie puede llevar fruto si antes no permanece en Cristo. En los primeros 16 versículos de Juan 15, Jesús mencionó diez veces alguna variante del verbo “permanecer”.
Medita en esta cita inspirada: “Doquiera los hombres se aferren al principio de que pueden salvarse por sus propias obras, no tendrán una barrera contra el pecado”. (DTG 26, 27).
Las buenas obras son importantes, claro está. El cristiano debe llevar mucho fruto para gloria de Dios, pero nadie podrá ser fructífero si primero no está conectado a la vid viviente, Cristo. La clave está en permanecer en él.
En la parábola de la vid hay tres tipos de pámpano:
1. El pámpano que permanece en Cristo. (juan 15:5).
2. El pámpano que no permanece en Cristo. (juan 15:6).
3. El pámpano que está en Cristo, pero no lleva fruto debidamente. (juan 15:2).
Este último es confundido con algún otro, pero es totalmente diferente. Este pámpano representa a los que están en la iglesia y no se han desprendido totalmente de Jesús, pero no han manifestado los frutos que deberían llevar. No llevan “mucho fruto”, ni tampoco son de los que no llevan alguno, y al fin se secan y son echados al fuego. Este tercer grupo de pámpanos son los cristianos que han vivido en tibieza, sin la producción esperada, pero a pesar de ello, Dios los ama al punto que hace un trabajo especial con los tales.
Hagamos un breve estudio de Juan 15:2:
“Todo pámpano que en mí no lleva fruto…” Jesús dice que, aunque no lleva fruto, de todas formas, está en Él; no se ha despegado de la vid.
Dice que el divino Labrador “lo quitará”. La pregunta es ¿de dónde lo quitará? A simple vista pensamos que lo quitará de la vid, pero no es así, porque luego dice que es para “que lleve más fruto”. Arrancado de la vid “no puede llevar fruto” (Juan 15:5).
La palabra que se ha traducido por “quitará” es en griego “áirõ”, que debería ser traducida “limpiar”. Los que cultivan uvas saben que a veces alguna rama de la vid puede desprenderse de las tendederas donde deben permanecer y caen, poniéndose en contacto con la tierra. Esto las contamina y pueden esos pámpanos enfermarse con bacterias por lo cual se enferman y no producen correctamente. El viticultor no arranca esa rama, pues es muy valiosa para él; lo que hace es que la sumerge en una vasija con agua para limpiarla de toda impureza y polvo del suelo, colocándola luego en alto, en el debido lugar donde pueda desarrollarse en un ambiente adecuado.
Este tercer grupo representa a los que aún permanecen en la iglesia, pero no están produciendo. El Señor los limpiará para que puedan dar fruto.
¿De qué impurezas tendrá el Señor que limpiarnos para que demos más fruto? Nos ama tanto que no nos arranca, sino que nos poda, nos limpia. ¡Todavía tenemos oportunidad! ¡Tanto nos ama Dios!
En Juan 16 Jesús conforta a sus discípulos para la tribulación que les espera, dándoles la promesa que al irse él de ellos, les enviaría “otro Consolador”, el Espíritu Santo. Nótese que está hablando de una persona diferente a Él, aunque íntimamente relacionado. No les prometió que les enviaría una emanación de sí mismo, ni una fuerza activa del Padre. De haber sido una cosa, no una persona, o una cualidad, debió prometerles “otra consolación”, no “otro Consolador”. Habría de venir sobre los discípulos la tercera persona de la Divinidad a continuar el proceso divino a favor del ser humano:
Primero, el Padre envía a su Hijo (Juan 3:16). En segundo lugar, el Hijo da su vida por nosotros (Filipenses 2:8). En tercer lugar, el Espíritu Santo viene a enseñar las palabras del Hijo y grabarlas en los corazones mediante la conversión. (Juan 14:26; 16:15).
¡Qué perfecta acción unida tiene la Divinidad a favor nuestro ¡Aleluya!
Deseo que el Señor les bendiga mediante este estudio, fortaleciendo nuestra fe en Cristo, su Palabra y la bendita esperanza.